En diagonal a la plaza del pueblo, en una de las esquinas, hay un poste de unos dos metros de alto, pintado de rojo y blanco, en forma de espiral descendente, y rematado con una blanca tulipa redonda.
Clara señal de que allí está la barbería del pueblo.
Al frente de este noble lugar se hallan los señores Rebetti y Ponticelli, quienes desde tiempo inmemorial están a cargo de la pulcritud capilar de los insignes moradores de la aldea. Gentes atildados como el alcalde, el boticario, e incluso el jefe de los municipales, pasan por allí periódicamente para ordenar, organizar y/o recortar cualquier cabello o barba rebelde.
Desde que llegué al pueblo que quiero saber cuál es Rebetti y cuál Ponticelli.
Imposible.
Siempre se han presentado juntos, y obviamente nadie ha sido tan maleducado de preguntarles a boca de jarro por su nombre, de tal manera que se los conoce como una sociedad indisoluble.
Uno de ellos de cabello grueso se peina hacia atrás, tiene cejas y bigote poblado, el otro es de pelo lacio, raya al costado, bigote finito. Y ahí se acaban las diferencias.
Ambos lo reciben a uno con un fuerte apretón, sonrisa llena de dientes, maneras sumamente itálicas, llenas de gestos ampulosos. Enfundados en sus impecables guardapolvos cortos, blancos, almidonados, con un peine y una tijera que se asoman del bolsillo superior.
En caso de tener que aguardar que alguno de los dos se desocupe, por estar atendiendo, enseguida ofrecen los servicios de Zulma, callada y voluptuosa señorita que tiene el oficio de manicurista, quien nos sonríe melosamente desde uno de los asientos que hacen las veces de sala de espera. Lugar donde también podremos encontrarnos con revistas y magazzines que nos contarán del último romance de Greta Garbo o si las tropas aliadas desembarcarán en Normandía o no. O la sección deportes, siempre la más requerida, donde nos enteraremos de la marcha del mundial en Chile. Temas de la última actualidad.
También está Domingo, lustrabotas oficial del lugar, que se nos acerca con el ceño fruncido y desprecio en la mirada, observando el estado de nuestro calzado, nos ofrece sus servicios de "restaurador", y aclarando, con una sonrisa cómplice, "que milagros no hace...", pero, asegura, nos dejará nuestros zapatos mejor que nuevos.
El punto es, que esa tarde, tranquila de clientes, Paco me dijo si podía irse a la peluquería.
Lo miré de hito en hito y le agradecí a Dios que le permitiera darse cuenta.
Paco no es de aceptar sugerencias...
Y allá partió.
Al llegar, fue recibido por..., alguno, que lo acompañó hasta el sillón donde sería debidamente atendido.
Todo peluquero, barbero o coiffeur que se precie, se sabe un artista. De tal manera que escuchó atentamente y en detalle todo lo que Paco le explicó que quería en su cabellera, "córteme aquí y aquí"..., Paco no es de mucho hablar.
Y el artista optará por una de tres, le cortará el pelo como le dé la gana, explicándole, que de otra manera le quedaría mal, o le cortará el pelo como le dé la gana, manifestándole que interpretó lo dicho por el cliente, o le cortará el pelo como le dé la gana, sin dar explicaciones...
Y así fue...
Finalizado su comentido, el artista le colocó un espejo de mano detrás de la cabeza, no para que juzgara su obra, sino para que la aprobara...
Paco no estaba feliz...
Y cuando Paco no es feliz, lo hace notar...
Me telefonearon dos horas después de haber salido para la peluquería.
El jefe de los municipales preguntó por mí, y después de saludarme le pasó el auricular a Paco.
-jefe, tendrá que pasar por acá, y pagar una fianza...
-qué pasó?
-le bajé dos dientes al peluquero...
Era mi oportunidad, -a quién?
-..., no sé, ¿cuál es cuál?
-pero la denuncia en tu contra,¿ quién la presentó?, ¿quién la firmó?
-uno porque le pegué, el otro como testigo...
-...ahora voy...